La excelencia en el Servicio

Os cuento una historia: En Italia, en el pueblo de Cremona, vivió durante el siglo XVI un joven
llamado Antonio. El chico amaba la música y aspiraba a ser un gran cantante, pero cantaba
francamente mal. También le gustaba tocar el violín, pero era igualmente pésimo con ese
instrumento. En realidad, era el hazmerreír de todos cada vez que intentaba cantar o tocar.
Resignado aprendió el oficio familiar en la carpintería de su padre, olvidándose de sus sueños de
grandeza.
Con los años la carpintería quebró y Antonio se vio obligado a buscar trabajo en lo único que sabía
hacer: tallar madera. Al poco tiempo fue contratado por un fabricante de violines del pueblo. Allí,
Antonio trabajó durante muchos años, con suma paciencia y habilidad dedicó su vida y empeño a la
fabricación de violines artesanales. Aprendió que en la vida uno tiene que usar las capacidades que
Dios le da y aprender que la excelencia ha de buscarse en cualquier actividad que uno haga.
Ciertamente tallar violines no era lo que a él le hubiese gustado, pero cuando se dio cuenta de que
era lo único que sabía hacer bien, se propuso ser el mejor fabricante de violines del mundo. Hizo
más de 1.500 violines a los que grabó su nombre en el interior: Antonio Stradivarius. Hoy en día,
500 años después, los “stradivarius” son los violines más apreciados por coleccionistas y músicos
consagrados, llegando a pagarse por ellos cifras millonarias.
La historia de Antonio nos enseña un principio bíblico que como creyentes no podemos olvidar, “Y
todo lo que hagáis, hacedlo de corazón como para el Señor y no para los hombres”
(Colosenses 3:23).

A veces podemos caer en el error de pretender talentos o dones que el Señor no nos otorgó
simplemente porque parecen “a ojos humanos” más nobles o importantes. Cada persona debe buscar
aquellas capacidades naturales que puestas al servicio de Dios se convierten en dones para bendecir
a la iglesia. Desde “la escoba hasta el púlpito” todos son labores honrosas en las que debemos
buscar la excelencia. Lo hermoso del Señor es que nos hizo únicos e irrepetibles y como miembros
de la iglesia, hay un lugar y una función única que Él preparó para ti. Recuerda que a veces lo único
que sabemos hacer, es lo único que Dios nos pide, pues en sus filas no hay rangos, ni niveles de
importancia. El sacrificio del Señor, nos otorgó el sacerdocio universal a todos los creyentes en
igualdad de condiciones, todos somos hijos del mismo Padre. Por eso cuando el enemigo pretenda
desanimarte diciendo que tienes poco para dar pues no sabes hacer muchas cosas, recuerda que Dios
busca no la contribución (cantidad) sino la disposición (corazón de servicio). Es por ello que
nuestro Señor prefirió las dos blancas de la viuda al sueldo del fariseo.
Te animo a que en estos días le preguntes a Dios y reflexiones en tu vida, las formas en las que
puedes servir a tu iglesia. Si ya lo haces, revisa tu actitud y disposición, pero si aún no estás
involucrado/a en nada, recuerda que TU tienes algo para aportar y que Dios nos llama a servirle con
excelencia en cualquier cosa que hagamos para Él.

  • I Corintios 12:1-11 ¿Cuáles son tus talentos, capacidades, dones? ¿Los estás ejerciendo?
  • II Corintios 4:7 Nunca olvidemos que “sólo” somos instrumentos en Sus manos
  • Isaias 64:8 Oremos para que Él siga transformando el barro de nuestras vidas
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