Mansos y humildes de corazón
Un viejo refrán español dice así: “Tanto tienes tanto vales”, y es que lamentablemente muchas personas
son valoradas por sus posesiones y por su posición, por su status y sus logros, y no por nuestro valor
intrínseco como seres humanos. En nuestra sociedad de consumo y bajo la mentalidad capitalista del
prestigio y el poder, podemos fácilmente caer en la soberbia de considerarnos superiores a los demás.
En este sentido la Palabra como siempre, y el ejemplo de Jesús en particular, nos dan grandes lecciones.
Es interesante observar como nuestro Señor tenía todo el derecho a ponerse como ejemplo de
integridad en todo. Podía decir que lo imitáramos a Él, que era Dios mismo, que era perfecto, que lo
imitáramos a Él, que era sin mancha ni pecado…, etc., sin embargo la única vez que dice “aprended de
mí” lo hace para darnos el mayor ejemplo de humildad posible: “Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón”.
La palabra “mansedumbre” hace alusión a una persona equilibrada, es decir que no tiene una pasividad
absoluta pero tampoco un activismo desenfrenado, una persona que tiene dominio propio y estabilidad
emocional. Pero la palabra que más nos interesa hoy es “humildad”, que en su etimología de base viene
de la palabra “humus” que en latín quiere decir “tierra”, o sea que una persona humilde es una persona
con “los pies en la tierra”. Ni sus logros, ni su status social, le hacen “perder pie” de la realidad y
considerarse más alto o por encima de los demás. Esto lo describe muy bien la Palabra cuando en
Filipenses 2:3 dice: “No sean egoístas, no traten de impresionar a nadie, sean humildes considerando a
los demás como mejores que ustedes. No se ocupen sólo de sus propios intereses, sino también procuren
interesarse por los demás”. Y es que los hijos de Dios tenemos en Jesús el mejor ejemplo a seguir, y es
sólo, cuando mantenemos una mentalidad de “discípulo” estando siempre dispuestos a reconocer y a
mejorar, que Dios puede trabajar el barro de nuestras vidas, e ir modelándonos conforme a su imagen,
porque recuerda que el Alfarero Santo aún no ha terminado Su obra en nosotros y nos sigue
perfeccionando en base a Filipenses 1:6.
Todos anhelamos paz y descanso en nuestro ser interior, para conseguirlo seamos humildes y mansos,
moldeables “como olivo verde” en las manos de Dios (Salmos 52:8), pues de esta forma se puede cumplir en
nuestras vidas la segunda parte del versículo con el que comenzábamos en Mateo 11:29 “Aprended de
mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”. ¡Que así sea en
nuestras vidas!
Oremos por un carácter moldeable en las manos de Dios.
J. Varela
No responses yet