Las raíces de la pasividad en el hombre

Si analizamos a vista de pájaro la historia sobre el tema de la crisis de la masculinidad, encontramos la concatenación de una serie de hechos que desde el inicio de Génesis, se han ido desarrollando, y que a día de hoy podríamos catalogar de auténtica epidemia. A partir de ahora, vamos a identificar y mencionar brevemente dos de los grandes obstáculos que han contribuido a anular el papel del hombre, confundir su identidad y por consecuencia generar principios de pasividad. Comenzamos analizando lo que ya en el contexto de Génesis sería el primer golpe de espada que inocula el veneno de la pasividad en el hombre, lo que algunos llaman “el silencio de Adán”.

Nos situamos en el contexto de la creación, concretamente en Génesis 3 y a las puertas del pecado.  El escenario es el jardín del Edén y los actores principales Satanás, Eva y Adán. ¿Dónde estaba Adán cuando Eva tomó del fruto prohibido? ¿Quién pecó primero?  Bueno, reconocemos que son preguntas muy abiertas y quizás deterministas, pero tradicionalmente siempre se ha entendido que es la mujer quien cede primero a la tentación al tomar la iniciativa de comer del fruto prohibido. Sin embargo,  no debemos perder de vista que la advertencia de no tomar del fruto prohibido le es hecha a Adán en Génesis 2:16-17, cuando ni siquiera la mujer había sido aún creada, cargando así sobre el hombre la primera responsabilidad de advertir a la mujer que no comiera de dicho fruto. La Biblia de las Américas dice explícitamente en Génesis 3:6 que la mujer “tomó del fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió”,  por tanto Adán en lugar de asumir su responsabilidad opta por no implicarse, accediendo además a comer con ella. 

Quién sabe, si en realidad quizás la mujer fue un instrumento en manos de la serpiente para anular al hombre y su papel de cabeza. Larry Crabb es quien desarrolla la teoría de que ese germen de falta de implicación y asunción de responsabilidades por parte de Adán, ha pasado al corazón de todo hombre que desde entonces lucha con una tendencia natural al silencio, al aislamiento  y a no implicarse lo suficiente en su matrimonio y familia. La mujer fue engañada, el hombre fue neutralizado, y en el seno de la primera familia de la historia se rompe el ideal divino, y aparece el pecado. Poco a poco, el virus de la pasividad se extiende entre los hombres, muchos de ellos hundidos en una progresiva falta de fuerza vital, en un ambiente de soledad, aislamiento y egoísmo. Esta mezcla de apatía y escapismo inmaduro da lugar a un profundo malestar psíquico que se sintomatiza en sus extremos, con situaciones de  estrés, depresiones, ira, frustración y violencia. Aquí se abre la primera grieta de lo que supuso en el hombre los principios de pasividad y de pérdida de autoridad. 

Otro de las raíces de la actual crisis de la masculinidad tiene que ver con la pérdida de estructuras de autoridad. Una de las consecuencias de Génesis 3, provocó la necesidad de crear dichas estructuras que nos permitan vivir en orden. Necesidad  generada por la falta de responsabilidad, que entre otras cosas, causó el pecado. Cuando el hombre y la mujer toman del fruto prohibido, la relación consigo mismos, con Dios y entre ellos, se rompe y desvirtúa con la entrada de los frutos del pecado: muerte,  miedo y dolor. Cuando Dios le pide cuentas a Adán sobre si ha comido del fruto prohibido, este acusa a Eva y ella acusa a la serpiente. La psicología del pecado está presente y ninguno quiere asumir su parte de culpa y responsabilidad. 

Desde entonces se han hecho necesarias las estructuras de autoridad que nos ayudan a asumir nuestros deberes y nos colocan en una sana jerarquización que nos hace a todos iguales frente a Dios pero con distintas responsabilidades. Las estructuras de autoridad se dan en todos los ámbitos de la vida y sirven para regular las relaciones y organizar las sociedades dentro de un orden. En las carreteras existen estructuras de autoridad que son los policías a los que tenemos que saber sujetarnos y obedecer, para que el tráfico funcione. En los pueblos existen estructuras de autoridad que son los ayuntamientos, necesarios para regular, advertir, ayudar, sancionar y proteger, la vida de los ciudadanos. Y en las familias deben existir unas estructuras de autoridad formadas por los esposos, que se deben respeto y apoyo mutuo cada uno en sus distintos roles, y también formadas por la pareja misma en su papel de padres hacia sus hijos. Estar “bajo autoridad” y obedecer, unido a estar “en responsabilidad” y dirigir, son los polos opuestos pero complementarios, que cimientan la estructura de una personalidad estable y de relaciones saludables.

El problema es que bajo los postulados de la Modernidad Líquida y la Ideología de Género, los sanos principios de autoridad y liderazgo han sido sustituidos por los neovalores del relativismo y la cultura del “todo vale”, dando lugar a una sociedad sin límites éticos ni morales, donde al igual que en la época de los Jueces, “cada uno hace lo que bien le parece”.

De forma que partimos de estos dos aspectos estructurales que se dan en Génesis, la pasividad del hombre y la necesidad de estructuras de autoridad normativas. El principio negativo de pasividad en el hombre se ha desarrollado dando lugar a la actual crisis de la masculinidad. Mientras que la necesidad de estructuras de autoridad se ha desvirtuado por un lado, a lo largo de la historia dando lugar al machismo y al autoritarismo, y por otro ya bajo la Modernidad Líquida, derivando en un rechazo frontal a todo lo que suene a estructura y sujeción, para crear el alarmante concepto del “igualitarismo de razas”, que bebe en las aguas de un individualismo sin fronteras, bajo los conceptos de tolerancia y permisividad.

Juan Varela

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